miércoles, 15 de septiembre de 2010

De a poco recuperé la consciencia. No tengo fechas exactas, como dije anteriormente, aquel período de mi vida es más una mancha que verdaderas vivencias. Algo era verdadero: el dolor y el sentimiento de fracaso. Estaba vivo, nunca iba a perdonarme estar vivo. ¿Qué era? Un monstruo, un asco. Eso era: la peor versión de mí y sin embargo, no me arrepentía por lo que había hecho. Es lógico, si se piensa dos veces. Una persona que decide acabar con su vida no toma decisiones a la ligera, entonces ¿cómo podría arrepentirme de tamaña decisión? No solo no me arrepentí sino que tenía fuertes charlas con Néstor donde le decía que iba a morirme pronto. “No sé por qué estoy acá todavía, no entiendo qué pasó y no voy a preguntar, pero no me queda demasiado tiempo de vida. Yo ya estoy muerto”.
Aquella era una de las frases que más se escuchaba de mi boca cuando entraba en conversación: yo ya estoy muerto. Eso sentía: la muerte en cada célula de mi cuerpo y es que me parecía bastante a la muerte.
Tenía por seguro que esa etapa en mi vida, la de resucitación no iba a durar más que unas semanas o como mucho un mes. No podía soportar esa clase de vida: encerrado, viendo médicos y caras lúgubres. Eso no era vida.
A menudo lloraba y les pedía a mis padres que me dejasen visitar a alguna amiga. Cinco minutos después estaba dormido fundido en mi llanto: solía quedarme dormido en todos lados. Después del efecto “estoy muerto” llegó el “te dormiremos”.
Sabrina, la psiquiatra que me atendía, decidió medicarme hasta que muriera (o al menos eso sentía en ese momento). Tomaba altísimas dosis de antidepresivos y ansiolíticos. “La pastilla de la felicidad” y “la pastilla de dormir”, así las llamaba respectivamente. Nunca dejé de tomarme las cosas con cierta ironía, aún internado era capaz de hacer reír a quienes me rodeaban. “Mamá, siento que me quiero morir ¿me das una pastilla de la felicidad?”. Obviamente ni Mamá ni ninguno se reía, pero para mí era melodramático ver cómo todos hacían sus mejores esfuerzos para que sobreviviese mientras yo tenía muy en claro que no iba a estar más en esta tierra. Sabía y me había convencido de que no iba a existir mucho tiempo más. Hace algunos días encontré una grabación que dura treinta segundos. Soy yo, internado, llorando y susurrando lastimosamente algunas pocas palabras. Dejé pistas por toda la casa, pistas que gritaban “no estoy bien”, “no me están ayudando” y “pronto no voy a estar”. La grabación es siniestra y de ella se entienden estas pocas frases: “Me quiero morir. No quiero estar más acá. Me quiero ir. Si ya me mataron a mí, ya no estoy más. Ya me fui”.
L.-

1 comentario:

  1. Y si. Son cosas que pasan. Onda que uno a veces desea irse al otro lado. Aunque despues de todo nadie nos pregunto si realmente quisimos nacer o no. Onda que nos dieron cuerda y nos soltaron a andar por el mundo jaja

    ResponderEliminar