domingo, 5 de enero de 2014

Te condeno a perderte en sus ojos y no despegarte de 

ellos jamás. Te condeno a pasar horas pensando en ella, 

creyendo que tal vez ella esté pensando en ti. Te condeno 

a pasar tus madrugadas llorándole, y tus amaneceres 

rogándole a Dios que te perdone.

Por el delito de haberla engañado, te condeno a desear 

siempre estar con ella, y que ella no quiera estar contigo. 

Te condeno a amarla, mientras en ella se desvanezca 

cualquier sentimiento hacia ti.

Así que no me importa que duela recordarlo, 

porque es una sensación agridulce que se ve 

recompensada por ese calor en el pecho al 

recordar lo que él era conmigo. 

Él era de esa clase de

chicos a los que les ha 

dejado de importar 

el mundo.