Te condeno a perderte en sus ojos y no despegarte
de
ellos jamás. Te condeno a pasar horas pensando en ella,
creyendo que tal vez
ella esté pensando en ti. Te condeno
a pasar tus madrugadas llorándole, y tus
amaneceres
rogándole a Dios que te perdone.
Por el delito de
haberla engañado, te condeno a desear
siempre estar con ella, y que ella no
quiera estar contigo.
Te condeno a amarla, mientras en ella se desvanezca
cualquier sentimiento hacia ti.