domingo, 24 de octubre de 2010


Mi temor es estar vivo para siempre, mi pavor más profundo es mi imaginación: verme de viejo, seguir vivo, seguir sufriendo por siempre. Quiero que me ames, también. Y que me salves.
 
Una sola palabra hubiese bastado para salvarme. Una sola. Una llamada, una caricia, algo. Un indicio de preocupación, de que te importaba. De que querías que siguiera vivo. Pero hiciste oídos sordos, te hiciste a un lado. No me escuchaste. Te aclaré una y mil veces que me estaba muriendo, que necesitaba salvarme, que contaba con vos para hacerlo. Que sin vos me moría, que eras lo único que me quedaba. Te sentiste presionado y me dejaste. ¿Tengo que sentirme culpable por mi muerte? ¿O hay más de un culpable? Quiero decirte algo: podrías haberme salvado.

No creo que otra persona entienda el deseo de morir tan acabadamente como lo entiendo yo o como lo entienden los suicidas. No sé si hay alguna sensación peor: sentirse mal por estar tan sano, querer morir, desaparecer fulminantemente. Y luego ver a tus viejos haciendo la cena y a tus hermanos jugando inocentemente al play station; todo mientras vos silenciosamente planeas tu muerte, exquisita, necesaria, inminente, inexorable. Y llorar hasta el desmayo o el interminable dolor de cabeza que parece encarnársele a uno en lo más profundo de los sesos. Tener tanto odio por uno mismo, tanto que hasta nos parecen irreales e inentendibles todos aquellos años de convivencia con nuestras mentes perturbadas, tantos años de soportarse a uno mismo. Y luego llegan los reproches: ¿por qué no me di cuenta antes de que me odio? ¿Por qué no me eliminé tiempo atrás? Lo pensás varias veces, intentas encontrar algo por qué vivir, por qué quedarse: las razones son tan frágiles como la convertibilidad y sos menos convincente que Fidel Castro izando la bandera de los Estados Unidos. Querés morirte y tenés millones de razones por las cuales hacerlo. Y sin embargo, todavía rogas por una sola razón para quedarte. Una razón te salvaría, solo una sería suficiente. Y no la encontras, no porque no sepas buscar, sino porque simplemente no hay. No existe la razón por la cual debieras quedarte en este mundo.
¿Por tu familia? ¿Quedarte por tu familia? ¿Que los suicidas somos egoístas? Es la gansada con menos sustento que escuché en toda mi vida. Empecemos a sacar un poco de lógica de todo esto:
Uno no quiere vivir porque sufre, porque está triste. Entonces algún ser muy inteligente (seguramente amigo o familiar) te dirá que todo el mundo te quiere, que todos te aprecian, que no podes HACERLE ESO A TU FAMILIA.
Muy bien, recapitulemos: entonces uno tiene que vivir en pena porque no se le puede hacer “eso” a la familia. ¿Eso? ¿HACER QUÉ?, me sigo preguntando yo, a través de los años. ¿Hacer qué? Si uno está enfermo debería elegir cómo y cuándo curarse. Supongo que las personas con cáncer serían más felices si pudieran extirparse la enfermedad. Pues bien, mi enfermedad es estar vivo. Y codificando y pasando en claro no me están dejando sacarme el cáncer de encima. Quieren que tenga cáncer, porque no puedo hacerles eso. ¿Eso? ¿No puedo qué cosa? ¿No puedo extirpar mi dolor? ¿Debo vivir muriendo para que OTROS no sufran? ¿Tengo cara de tener ganas de aguantar mi pena para que otros no lloren cinco minutos o cinco meses mi muerte y después continúen con sus vidas?

No hay comentarios:

Publicar un comentario